viernes, 1 de enero de 2010

Todo lo que recuerdo

    Cuando mi padre hablaba conmigo, siempre iniciaba la conversación preguntándome: "¿ya te he dicho hoy cuánto te quiero?"
   - Papá, quiero que después de haberte ido me envíes una señal de que estás bien- le decía yo. Él se reía del absurdo de aquellas palabras: papá no creía en la reencarnación. Tampoco yo estaba seguro de que esa posibilidad existiera.
  Cinco años antes, mi madre había desencarnado, con Alzheimer y, aunque yo tenía hijas ya mayores, me sentía como un niño perdido.
    Un día, mientras estaba tendido en una camilla de masaje, en una habitación oscura y tranquila, esperando mi turno, me invadió una oleada de nostalgia por mi padre. Empecé a preguntarme si habría sido demasiada exigencia pedirle una señal. Advertí que me encontraba en un estado de extremada lucidez. En ese estado excepcional, hubiera sido capaz de sumar mentalmente largas columnas de cifras.
Quise asegurarme de estar despierto y no dormido, y comprobé que estaba tan lejos como es posible de cualquier cosa que tuviera que ver con el sueño. Cada pensamiento que tenía era como una gota de agua que perturbara un estanque inmóvil, y la paz de cada momento transcurrido me maravillaba. 
   De pronto se me apareció el rostro de mi madre; su rostro, tal como había sido antes de la enfermedad. Era tan real y estaba tan próxima que tuve la sensación de que si extendía la mano podría tocarla.
     Parecía que estuviera esperando y no hablaba. Me pregunté cómo podía ser que yo estuviera pensando en mi padre y ella apareciera ante mí.
    - Oh, madre, lamento tanto que hayas tenido que sufrir con aquella terrible enfermedad - expresé.
    Ella inclinó ligeramente la cabeza, como para entender lo que yo había dicho sobre su sufrimiento. Después sonrió, con una hermosa sonrisa, y dijo muy claramente:
   - Lo único que yo recuerdo es el amor.
   Y desapareció.
   Empecé a estremecerme, parecía que la habitación se hubiera enfriado súbitamente, y en mi esencia supe que el amor que damos y que recibimos es lo único que importa y lo único que se recuerda. El sufrimiento desaparece; el amor perdura.

Bobbie Probstein. Extraído del libro “Sopa de pollo para el alma”